El periodo de dormición de la vid, coincidente con el invierno 2013-14, se caracterizó por unas temperaturas y lluvias ligeramente superiores a la media habitual en la zona. Lo cual proporcionó unas reservas hídricas suficientes para que los primeros estados del periodo vegetativo transcurrieran con normalidad.
La primavera fue muy cálida y sin heladas por lo que el crecimiento vegetativo fue vigoroso, aunque la presencia de racimos ya se intuía inferior a la de la cosecha anterior, hecho por su parte lógico debido a que la elevada cosecha anterior tuvo consecuencias negativas sobre la inducción floral. Paralelamente fue una primavera muy seca donde a medida que esta avanzaba, las precipitaciones fueron cada vez más escasas, hasta llegar a un mes de mayo extremadamente seco. Estas circunstancias generaron un déficit hídrico, que si bien anuló la posibilidad de desarrollo de enfermedades criptogámicas (hecho que se mantuvo permanente a en el resto del ciclo), también fue el factor limitante de los procesos de floración y cuajado, resultando a la postre una merma significativa en la producción.
El verano resultó ligeramente más cálido de lo habitual, con un mes de junio extremadamente cálido. En todo el verano no hubo olas de calor, y las temperaturas más altas se registraron en la segunda semana de julio. Respecto a las precipitaciones, se trató de un verano ligeramente más seco de lo habitual. Estas condiciones llevaron a limitar el tanto el crecimiento vegetativo, como los procesos relacionados con la multiplicación y crecimiento celular de las bayas, limitando consecuentemente el tamaño final de las mismas.
El mes de septiembre fue muy cálido y seco, principalmente durante la primera mitad del mes. No obstante, la segunda mitad transcurrió a temperaturas significativamente inferiores, con un final de mes muy húmedo.
Las condiciones cálidas del verano y primera mitad de septiembre generaron una aceleración del ritmo de la última fase de maduración en las variedades foráneas, cosechando el Chardonnay y Sauvignon Blanc a finales de septiembre y el Merlot y Syrah a primeros de septiembre. La decisión tecnológica adoptada fue la de realizar la vendimia nocturna de estas variedades con el objetivo de minimizar el efecto que las elevadas temperaturas podrían ejercer sobre la calidad de los vinos.
No obstante la bajada de temperaturas acaecida en la segunda mitad de septiembre ralentizó la maduración de las variedades autóctonas, cuyo estado de maduración era más atrasado que las foráneas.
La cosecha de Verdejo y Macabeo se realizó a mediados de septiembre, mientras que el tempranillo fue la última en ser cosechada, en la segunda mitad de septiembre, incluso en los primeros días de octubre en parajes más fríos.
Respecto al resultado de estas condiciones en los vinos, en general viene condicionada por una cosecha inferior en un 20% a la anterior, debido por un lado al menor número de racimos y por otro a bayas ligeramente más pequeñas.
Esto se ha traducido en una mayor concentración tanto de aromas, como de compuestos fenólicos, derivados de una mejora en los ratios superficie foliar / producción y hollejo / volumen.
Respecto a la acidez, ha sido más corta de lo habitual debido al impacto de una meteorología más cálida y seca de lo habitual durante el periodo vegetativo-reproductivo. Tecnológicamente se procedió a la corrección de acidez en los casos donde ésta era aconsejada con el objetivo de lograr un adecuado equilibrio en los vinos.
Los grados alcohólicos también han resultado algo más elevados, tanto por la mejor relación superficie foliar / producción como por procesos de deshidratación parcial en los últimos estados de maduración.